Hay días en los que una canción puede salvarte la vida y al
día siguiente, esa misma canción puede llevarte a querer acabar con ella. Lo
que el día anterior te llenaba de energía, de ánimos, de ilusión, tal vez de
amor, al otro te hace estallar en mil pedazos entre lágrimas, rabia, dolor, tristeza, soledad
y desesperación.
Antes de darle al play, es mejor pensar, porque una vez
suene la primera nota serás incapaz de pararla. La oleada de sentimientos te
invadirá y ya no habrá vuelta atrás. Tras esa canción vendrán muchas otras y
cuando tu particular sesión termine no serás más que un despojo que han lanzado
a lo más profundo de un agujero negro del que es muy difícil salir ileso.
¿Y entonces qué? Entonces nada. Todo pecado tiene su
penitencia. Pero todo pecador tiene derecho a negarse a recibirla. Tú decides.
Pecador o mártir. Hay muchas formas de redimirse de los pecados. No hay peor
juez que uno mismo, ni mayor condena que la que nos obligamos a cumplir día
tras día.
Y así será hasta que un día te des cuenta de que no hay
cadenas que te aten más que las que tú mismo has forjado. Un día te darás
cuenta de que te arrastras cuando podrías andar flotando sobre las aguas.
Y ese día... ese día serás libre.